lunes, 27 de junio de 2011

11 bis rue Victor-Schoelcher

Postcards_From_Paris
ilustración y texto a cargo de Marta Vargas
vida creada para itziar

Los primeros rayos de luz del día se deslizan con lentitud sobre el edredón blanco hasta llegar a mis manos, que reposan sobre la almohada muy cerca de mi cara. Huelen a uvas, y una mancha de vino tinto en mi blusa blanca que cuelga del marco de la ventana me transporta a la velada de la noche anterior.
Rimbaud, Verlaine, mis conocimientos sobre Matisse, el arte y la poesía y mi intento de encandilar al joven intelectual que citaba a Marcuse y Beauvoir durante nuestras largas conversaciones. Apenas le conocía pero me gustaba fingir que no me llamaba la atención, que no me parecía la persona más interesante que había conocido nunca. Recuerdo como,  durante los primeros días: me despertaba temprano los sábados por la mañana y paseaba por la rue des Martys, compraba un ramo de flores y esperaba en cualquier café hasta verle pasar. Él vivía muy cerca de Victor-Schoelcher, así que tan solo era cuestión de tiempo cruzarme con él. Y cuando le veía, caminaba ligera y despistada en su misma dirección, con mis zapatos negros y el ramo de flores sobre mi pecho, mirando hacia otro lugar y fingiendo sorpresa al cruzarme con él.
Y entonces, tal y como esperaba, me preguntaba por las flores y yo me entregaba a un delicioso ejercicio: me emborrachaba de vanidad e inventaba cualquier historia con otro joven parisino al que le gustaba el arte y el ajedrez; lo que provocaba los ansiados celos de mi muchacho y sus repentinos ataques de pasión que le impulsaban a tomar mi mano y salir corriendo en dirección a los tejados para bailar, bailar durante toda la noche y acabar haciendo el amor sobre algún rincón de París. Era el juego que nos mantenía vivos, el agua que saciaba nuestra sed… esa misma agua que terminaría por ahogarnos. Ambos lo sabíamos… y si se me ocurría olvidarlo esa mancha de vino tinto estaría ahí para recordármelo.

martes, 21 de junio de 2011

RUE DE VAUGIRARD 328

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ilustración a cargo de  Bea Crespo
texto a cargo de Joanaina
vida creada para Itsaso Urdaibai

Me pasé tres días sentada delante de la habitación 413 del Hospital Vaugirard-Gabriel Pallez, en la planta de pediatría. Los niños hacían cola para sentarse en una butaca de un amarillo mostaza que Michel había acomodado justo frente a mí. A mi izquierda tenía una mesita lo suficientemente amplia para poner algunas acuarelas y pinceles, y apoyaba el cuaderno de dibujo sobre mis faldas, normalmente cubiertas por mi bata azul celeste con dos botones rojos en lo alto del cuello. La mayoría de aquellos niños llevaban ingresados mucho tiempo. Tal y como me había pedido Michel, yo me limité a dibujarles aquel recuerdo que todos tenían del día que llegaron al hospital: les ponía la pierna que les faltaba a los cojos, les quitaba la silla de rueda a los paralíticos o les ponía pelo a los que lo habían perdido por el cáncer, coletas de colores, broches en el pelo, rizados impecables. Pero por encima de todo, lo que más me gustaba era dibujarles su mejor sonrisa mientras me miraban con aquellos ojos tan sinceros. Las había picaronas, brillantes, rojizas, burlonas, inocentes, babosas, suaves, tiernas… Luego me llevaba los dibujos a casa y Xian, con aquellos ojos rasgados y aquellos deditos inocentes, señalaba el color que le gustaba más en una carta Pantone y Michel les ponía un marco de madera que pintaba del color elegido.
Hace un par de días, mientras buscábamos en la habitación de los trastos un parasol que compramos antes de adoptar a Xian en un mercadillo que habían montado en nuestra calle, dentro de un baúl de mimbre aparecieron todos esos dibujos. Los recogí y los saqué a la terraza. Buddy, como casi siempre, se empeñó en seguirme y acurrucarse sobre mis pies con toda esa mata de pelo suave de color canela. Los iba pasando uno a uno, fijándome en el nombre del niño, que Michel había escrito en el reverso de cada dibujo, y en el día de su hospitalización. Cléa, Julien, Mathieu, Allain, Clarisse. De golpe, entre todos aquellos dibujos, apareció uno que no era mío porque aquella mujer con gafas y bata azul celeste era yo. Los detalles del dibujo eran magníficos: la bata, los jarrones con pinceles, la butaca, el nº 414. Si los detalles no hubieran sido tales no me habría reconocido porque aquella mujer solitaria llena de manchas de pintura no sonreía. Fue entonces cuando me dio por llorar y seguramente lloré todos los nombres de aquel invierno.

sábado, 18 de junio de 2011

63 Rue Caulaincourt

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fotografías a cargo de Gemma Doe
texto a cargo de Nuria Jaén
vida creada para Laura

Al despertar ese sábado, siente un cosquilleo dulce en el cuerpo, se despereza y remolonea en la cama. Le asaltan imágenes de un sueño, trata de recordar. Era de noche y el cielo parecía estar en llamas, reflejando las luces rojas de Pigalle. Hacía el amor en su nuevo sofá, sobre los tejados de París. Un escalofrío le recorre el cuerpo, de pies a cabeza. Hacía tanto que no soñaba...Recuerda pisar palomitas de maíz, se caerían de la mesa, parecen copos de nieve, o flores de almendro. También las había por el sofá. Pero no es capaz de recordar a su amante, siente rabia de no poder arrancarlo de su subconsciente para llevarlo a su cama, ahora, poder verle la cara, poder decirle que hacía tiempo que le esperaba.
-Bueno, es hora de dejar de soñar Laura.- se dice a sí misma.
Sonríe, da un salto y sale de la cama. Asciende en paracaídas el olor a mantequilla y azúcar de la panadería, hoy sin duda se regala un croissant y un “cafe au lait” que ha salido el sol. Quiere acercarse a la tienda de muebles para acordar la fecha de entrega de su sofá, el que estrenó en sueños. Mientras desciende las escaleras se le dibuja una sonrisa en el rostro, de nuevo su mente se inunda con las imágenes difusas de la noche. ¿Quien eras, quien eras....?
-C'est quel votre nom, madeimoiselle?.- Le pregunta la acicalada encargada de la tienda, con el fichero de pedidos en la mano.
Laura deletrea su apellido con velocidad y la encargada lo repite mientras pasa ágilmente las fichas con sus uñas lacadas en rojo intenso. Laura las mira como si fueran caramelitos dando saltos sobre los bordes de cartulina de las fichas.
Lleva semanas deseando estrenar su sofá, hecho a medida para que pueda encajar delante del ventanal. Sí, ha sido un capricho, pero no le pesa. Ha trabajado duro y siente que se lo ha ganado. ¿qué mejor que volver a casa ahora, que apunta la primavera, y poder tumbarse sobre París en su nuevo sofá? Las vistas son fantásticas. Tejados de pizarra donde crecen miles de chimeneas que esconden las almas de sus habitantes, por donde escapar de noche, como aire. Le ha costado bastante esfuerzo y mucha paciencia conservar su buhardilla y ahora que el propietario ha formalizado el contrato y llevado a cabo la reforma prometida hace años, sabe que su sitio está aquí. Su pequeño refugio en el 18eme.
La encargada que sonríe cómplice, le confirma que será entregado en la tarde del viernes, a partir de las 19.00 hrs. Le pide que confirme la dirección de entrega:
-63, Rue Caulaincourt, 6º etage.- Contesta Laura, un tanto curiosa por la sonrisa de la señora que parece esconder un misterio obvio, del cual ella es incapaz de percatarse. De pronto, y con aire de confidencialidad y cercanía, le pregunta si es española. Laura asiente, y la rubia señora parece sonreír aún más. Finalmente le confiesa que tienen un chico nuevo trabajando, que es español, como ella.
-Él será quien suba los seis pisos de escaleras con el sofá a cuestas.-dice coqueta la encargada mientras se toca el pelo.
Las dos ríen con culpabilidad, se despiden y Laura sale de la tienda enérgica, deseando que pase la semana.
El siguiente viernes llega pronto del trabajo. Quiere darse una ducha antes de que lleguen a entregar el sofá. Suena el timbre. Cuando abre la puerta del apartamento se queda paralizada. No da crédito. Esto no está pasando. Al lado del sofá, en el rellano, con gesto de esfuerzo y cara sonrojada, está él. Laura reconoce su cara, hace años que no se han vuelto a ver, pero jamás olvidaría su gesto, sus ojos. Miles de recuerdos se amontonan en su memoria, las veces que le extrañó, las veces que deseó volver a verle...y ahora está en la puerta de su apartamento de París con una mano apoyada en su sofá a medida. No es capaz de articular palabra. Tiene la impresión de haberse colado de nuevo en el sueño de hace una semana. Es él, es él!
-Eres tú! Qué haces aquí?
-He venido a por ti.
-Pero....cómo puede ser? Pero...cómo has llegado hasta aquí?
Se acerca a Laura y le toma las manos. Las agarra fuerte. Ella se siente flotar, no hay resistencia, ni voluntad, ni tiempo, ni realidad. Se aproximan. Se miran a los ojos sin tregua, como el que trata de descifrar la solución a un enigma sin respuesta aparente.
-Llevo tiempo buscándote, Laura. Hay muchas cosas que quiero decirte.
Como en los pasos de un baile, sus manos se sueltan para alcanzarse, se abrazan, fuerte, todo da vueltas, sus latidos parecen sobresalir por encima de la ropa. En la cocina suena grave el microondas que gira. Comienzan a explotar las palomitas que ella preparó para este encuentro, sin saberlo, sobre las azoteas de París.

martes, 14 de junio de 2011

10 place dauphine

mi vida en paris ephemera_gabriel


ilustración a cargo de Ángela Carrasco
texto a cargo de alles lüge
vida creada para Gabriel Martín Pérez

Anoche robé un George Duncan del siglo XIV y coloqué en su lugar la portada de un periódico. Nadie se dio cuenta hasta las 19: 53 de la noche, minutos antes de cerrar. Uno del equipo de seguridad del centro Pompidou se percató de que aquella portada de Le Figaro era de hacía una semana. Conclusión: las noticias caducan, la belleza no.
O algo así dijo Alain.
(Alain no habla: Alain solo escupe aforismos y epitafios de su boca)
Esas son frases contraproducentes para mi actual estado hormonal, le respondí yo. Me empujó hasta la cama como toda respuesta. No me resistí pero la cama crujió como si tuviera huesos y reuma y doscientas enfermedades terminales a la vez. Obviamente, terminamos en el suelo. Al entarimado no le importó demasiado pero algún vecino llamó a la policía la cual, por supuesto, no acudió.
Pero no adelantemos acontecimientos y dejemos al parquet en su sitio.
Vivo en el número 10 de la Place Dauphine y a veces pierdo las llaves de mi portal. Vivo con una francesa sorda, un pakistaní ciego y un turco sodomita, pero siempre saco la basura a deshoras. Algún día me multarán y por eso a veces robo cuadros. Cuadros valiosos. Óleos prestigiosos. Pinturas cuadradas. Moriría en la cárcel si algún día me atrapasen pero lo que más me aterroriza de todo es que la policía me sorprenda alguna mañana sacando la basura a tomar el sol.
Solo Alain lo entiende y por eso le amo.
Me sigue desde que compartimos mesa accidentalmente en el Mishima Bar. Allí todos los menús tienen nombre de suicidas japoneses. Aquella noche de Abril ambos pedimos a Kawabata y el camarero nos respondió que nos pusiésemos de acuerdo, que solo quedaba Kawabata para uno. Decidimos unir nuestras mesas y compartir los platos y hasta los palillos. Desde entonces vive pegado a mi espalda y me recita de memoria pasajes de “La casa de las bellas durmientes” todas las noches, como si así pudiera retenerme. Otra forma que tiene de amarme es conocer a muchos coleccionistas, a los cuales coloca los cuadros que robo. Las ganancias las dividimos al 50 %, pero él siempre se gasta su parte en inversiones fraudulentas y organizaciones internacionales. A veces dona su dinero a UNICEF, pero solo si se acercan las fechas navideñas. La mayor parte del tiempo se lo gasta en alcohol, gabardinas grises y coches caros. Es un bon vivant, un enfant terrible, un gilipollas a full time. Por eso lo quiero, aunque todavía viva con su madre, aunque solo sepa de su vida que en algún tiempo pasado fue paracaidista y poeta. Le gustaba caer y fracasar al mismo tiempo, decía. Caíste sobre mí, suelo responderle. Ahora no me puedo levantar, suele decir con una sonrisa. Normalmente después me empuja hasta la cama y ésta rechina y alguien llama a la policía a altas horas de la madrugada.

domingo, 12 de junio de 2011

rue lepic 15

P from paris - maria elina(1)

ilustración a cargo de Maria Elina
vida creada para Tuki Barranco

Pedalear bajo la lluvia de París es romántico y resbaladizo. Yo y mi bicicleta somos un solo ente, veloz y sin complejos, rompiendo el viento cuesta abajo por las calles de Montmartre. Ella tiene casi setenta años y varias reparaciones, yo bastantes menos y estoy sana como un roble. Huele a pan recién hecho y en la cesta unos cruasanes aún calientes brincan al ritmo que marcan los adoquines de la calzada. Mientras pedaleo resuena en mi cabeza la banda sonora de Amélie. Creo que hay pocas melodías que me emocionen más que ese pequeño vals de piano y acordeón. La lluvia geolpea con fuerza la capucha de mi trench rouge. Me gusta el rojo. Mi vida en parís es roja y verde, como en la película… debe ser un efecto secundario de vivir encima del Café des Deux Moulins y bajar a merendar cada dia crème brûlée. Aparco la bicicleta y paseo entre puestos de fruta y pescado. Las ostras se retuercen en un llanto ahogado bajo un toldo amarillo y las langostas mueven sus pinzas como si estuvieran tocando las castañuelas. Hundo mis dedos en un saco de lentejas y me acuerdo de mi abuela que me decía aquello de ‘si quieres las comes y si no las dejas’. Mientras paseo observo todos los rincones, cada callejón. No pierdo la esperanza de encontrar a mi Nino Quincampoix al girar alguna esquina.  Veo un fotomatón, y pienso que es una señal. La casualidad de mi vida está por llegar. Lo sé… lo siento.

jueves, 9 de junio de 2011

10 rue daguerre

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ilustración y texto a cargo de Estibaliz Hernández
vida creada para Eva Carot

Supo que iba a llover mucho antes de oír las gotas golpear el cristal de la claraboya. La luz, fue la luz. Se tornó esquiva y grisácea, anunciando el chaparrón. Minutos después llegó el repiqueteo. Dejó la costura apoyada en la mecedora que una semana antes había rescatado de la basura de la esquina y restaurado pacientemente. Cogió la taza de té vacía de la mesita que cojeaba imperceptiblemente y se dirigió a la cocina. Volvió a servirse otra taza y su mano tomó un trozo de pan. Sólo entonces pareció tomar conciencia del lugar y del tiempo, y sonrió. Sonrió porque más allá de los goterones que se deslizaban por los ventanales, la vista era fabulosa. París, era su París.

No recordaba exactamente cuál había sido su trayecto hasta allí. Si le preguntaban, a ella le gustaba decir que despertó una mañana en París. Quizá fue así, quizá llegó en sueños. Se creía tan afortunada que disfrutaba ansiosamente de cada recoveco, cada doblez, cada esquina, cada ruido, cada silencio, cada bocanada de su vida en París. Abriendo bien sus ojos castaños se dijo que tenía el mejor observatorio del mundo.
Todo lo que hacía, lo hacía mirando hacia los ventanales. Había dispuesto sofás, sillones y grandes cojines encarando el paisaje de tejados, azoteas, cúpulas y nubes. Sus telas, sus lanas, sus hilos, su caja de herramientas, sus papeles, cuadernos y pinceles se amontonaban alrededor caóticamente. De un vistazo podría parecer que su cama entorpecía la estancia, colocada bajo la claraboya y con un viejo piano como cabecero. Sin embargo, a sus ojos todo flotaba, como las notas de las canciones que algunas veces un amigo arrancaba de aquellas teclas. Eran las noches estrelladas cuando ella se creía más dichosa.

Sus paseos, casi siempre en bici, abrían nuevas puertas a su gran imaginación. No podía dejar de dibujar cuentos con final feliz en su cabeza; lo mismo eran princesas que viejos muebles rescatados, ella siempre descifraba la historia errante. Hablaba con cada perro y cada gato, cada anciana y cada panadero; fotografiaba cada portal majestuoso y cada calle desangelada. Al caer la tarde volvía a casa con sus grandes descubrimientos.

Aquel último piso de aquel edificio color arena, sólido y de cuidados balcones forjados. A la mayoría de la gente que iba conociendo parecía disgustarle subir aquellos cuatro pisos, así que sólo un puñado de personas conocía su santuario. El último tramo de escaleras era realmente un reto: oscuro, estrecho y empinado. Tanto, que había días que a la vuelta del mercado o de sus paseos aventureros, con dos bolsas en cada mano, ella misma tenía la sensación de perder el equilibrio e ir a caerse de espaldas sobre los desgastados escalones de madera. Luego, sacaba la única llave y abría la puerta pintada de verde y veía el papel floreado en las paredes, su cama a la deriva y, al fondo, el paisaje tras los ventanales. Suspiraba y decía “la luz, es la luz de París, y yo la tengo aquí”.

lunes, 6 de junio de 2011

Rue Veron 18

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ilustración a cargo de Blanca Bk
texto a cargo de Luisa Bernal
vida creada para Maria Plata

-Pensamientos en un vagón del tren- 

Siempre soñaba con viajar pero ahora cuando viajo, sueño con volver a mi pequeña librería en la rue Véron 18, reencontrarme con mis gatos, deshacer la maleta llena de atrezzo de teatro y volver a vestir un jersey de cuello alto y mi falda verde oliva... Sobre todo, sueño con volver a recibir la visita de Gyula y que me cuente qué anda escribiendo ahora o en qué desperfecto de un muro ha encontrado una cara que fotografiar o que me enseñe el último boceto de su libreta... Siempre está metido en algo nuevo y siempre recibe mis preguntas con una sonrisa y consuela mi inquieta curiosidad.
Me planteo si tendríamos la misma relación sino hubiéramos reconocido en nuestros acentos que los dos veníamos de Hungría y que podíamos hablar en nuestra lengua materna...
Gyula siempre me habla de sus proyectos pero nunca me ha contado que se publican y exponen en galerías y que Henry Miller y Picasso están entre sus amigos. Yo tampoco le he contado que las semanas que la librería está cerrada salgo de gira con mi pequeña compañía de títeres. Sin embargo, a veces sueño que una noche está sentado entre el público y me reconoce y al terminar me acerco y con una sonrisa cómplice le saludo como el resto de la gente en París y le muestro que también yo conozco su otra vida: “Buenas noches, Brassaï”.

sábado, 4 de junio de 2011

Boulevard des Capucines

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Tras el largo camino recorrido por Les Grands Boulevards entro a esa diminuta, poco reconocida y antigua librería y disfruto del olor de millones de hojas color café que descansan en el mismo sitio en el que alguien un día las olvidó. Me siento en una pila de libros, no me importan los kilos de polvo acumulados, y reconozco que no hay nada más satisfactorio que observar un periódico de más de cien años de antigüedad. Empiezo a leer y releer los titulares de la época cuando en ese mismo momento me doy cuenta de que he tomado la decisión correcta, me siento parte de todo.

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Me alejo del lugar sabiendo que volveré pronto y al girar la esquina me llega un olor, el olor con el que siempre había soñado, mezcla de croissant recién hecho y café matutino. Sin pensarlo dos veces me adentro en el típico bar parisino. Degusto el sabor amargo pero por otra parte dulce, muy dulce, mientras me da por observar los pequeños fragmentos de vida de los desconocidos que se encuentran a mi alrededor.


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Mis ojos derrapan al ver a una chica de rostro refinado. Parece pensativa, expectante. De pronto, dejándome una sensación entre miedo y asombro, su comisura de los labios se ensancha al mismo tiempo que su mirada se queda fija en algún punto situado a mi espalda. Descubro el porqué de su reacción cuando veo a un chico que se acerca a ella con una flor. Siento dulzura, y para qué engañarme, también un poco de envidia... Lo que daría por sentir lo que ella siente en ese momento y lo que sería congelarlo y enmarcarlo para que existiese siempre. Recuerdo que por eso es por lo que siempre llevo una cámara en mano, mientras pienso en todas las milésimas de segundo que merecen la pena y en cuántas no paramos en fijarnos...

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Salgo sonriendo a la pareja y paseando hasta la ribera del Sena llego a la esquina del Pont Neuf donde me encuentro con un poste que marca un montón de direcciones diferentes. Oigo motores de coche. Oigo palabras en un idioma al que aún no me he acostumbrado (y al que gustosamente me acostumbraré). Oigo risas. Oigo piar. Y pienso que, al fin, he encontrado mi sitio.

ilustraciones a cargo de Ainara Ferrer
texto a cargo de Vera Ferrer
vida creada para Silvia de la Fuente Muñoz

jueves, 2 de junio de 2011

30 rue bourg tibourg

paris bourg tibourg 20 cm
ilustración a cargo de Javier Termenón
texto a cargo de croissant femme
vida creada para Maider Belloso

Como cada mañana, en el número 30 de la calle Bourg Tibourg de París, Maider Belloso se levanta muy temprano para desayunar una enorme taza de Rooibos y un delicioso cruasán de mantequilla de la tiendita de abajo. Le encanta hacerlo frente a la ventana, dejando volar su imaginación y viendo pasar gente, momentos y recuerdos. Es en ese mismo instante del día cuando comienza a plantearse como a sus 70 años de edad ha llegado a estar frente a esa ventana, lejos de su familia, lejos de todo lo que antes la ataba.
Siempre se ha considerado una mujer fuerte, alegre y con ganas de vivir lo que siempre había soñado. Tras la muerte inesperada y repentina de su marido, decide dejar a un lado su atareada vida familiar y trasladarse a París, ciudad por la que desde muy joven había tenido cierta debilidad.
Por fin dedicaba tiempo a lo que de verdad le gustaba, dejaba de estar ligada a una rutina que nada le satisfacía para pasar a disfrutar de los pequeños placeres del día a día lejos de su pasado.
Miró el reloj de la cocina, eran las diez menos cuarto cuando terminó de desayunar. Bob la estaría esperando como siempre en aquel pequeño jardín que estaba al final de aquella misma calle. Dejó su taza dentro del fregador, cogió el platito donde había colocado su delicioso cruasán y humedeciendo sus dedos rebaño del plato las pequeñas migas de hojaldre que habían caído en él al comérselo.
Se colocó su abrigo verde hoja y saliendo por la puerta comenzó a sonreír sabiendo con certeza que aquella iba a ser una muy buena mañana.
Le encantaba quedar con Bob, pues fue toda una sorpresa para ella encontrárselo tantos años después en aquella maravillosa ciudad. ¿Casualidad o destino? Solía preguntarse cada vez que le veía.
Bob era un antiguo compañero de universidad de Maider y ahora andaba jubilado y con la cabeza puesta en otras cosas. Fue todo un imprevisto encontrárselo aquel miércoles por la tarde en la clase de yoga a la que solía asistir regularmente. Desde entonces volvieron a entrelazar sus vidas en aquella aventura parisina.
Solían salir a pasear por aquellas calles adoquinadas contándose sus vidas y riendo sin parar como dos adolescentes. A veces incluso se sentaban en algún bonito jardín para descansar y observar a las miles de parejas que viajaban a París en busca de romanticismo.
La nueva vida de Maider en París le hacía sentirse especial, estar en un lugar lejos de lo que ella normalmente conocía, enriquecía su cabeza y también su corazón, fortaleciendo cada día más sus ganas de vivir y disfrutar de la vida con afán y esperanza.